FAHU
Eva Sánchez, psicóloga: “El modelo educativo de la Usach es integral y entrega fortalezas para todo tipo de cargos”
Licenciatura en Lingüística Aplicada a la Traducción en Inglés-Japonés e Inglés-Portugués: Formación profesional de excelencia
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Opinión de la académica del Departamento de Filosofía, Dra. Diana Aurenque : Antes criminales, hoy infantes
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Tras los resultados del plebiscito constitucional, se ha comentado mucho que la disyunción representa una tensión entre el “pueblo” y la “élite”. Y algunos ahondando en esa tesis, como lo hace Juan Carlos Eichholz, asegura que el verdadero conflicto no se centra en la desigualdad, sino más bien en un problema de falta de “empatía” de la élite política y empresarial hacia sus “hijos”, el pueblo trabajador. La interpretación debería indignar tanto a las denominadas “élites” como a los presuntos “hijos-pueblo”.
Exploremos la propuesta de Eichholz. Primero, supongamos que en el país, efectivamente, existe una élite conocida por una amplia mayoría de chilenos y chilenas y que no sea sólo una marca famosa de pañuelos. Imaginemos además, tal como la dibuja Eichholz, que esta élite representa una minoría educada y culta, con influencia política, económica y empresarial, pero que pese a sus noblezas, ha fallado porque se desentendió de sus tareas fundamentales: la dirección empática, afectiva incluso, de “sus hijos”, el pueblo. ¿Se entiende lo ofensivo de la propuesta?
Estamos hablando de una élite influyente, que concentra en sí una serie de fuerzas, poderes y hasta saberes, como dice Eichholz, pero que ¿es incapaz de responder a las demandas de sus “hijos”? Si el planteamiento busca representar a la élite nacional, éstas deberían buscarse un mejor vocero o nosotros definitivamente mejores élites, pues en la propuesta, Eichholz compara una situación de responsabilidad política nacional con un conflicto familiar y privado, como si se hubiera inspirado en los infortunios televisados de una familia minoritaria y adinerada como la Calderón-Argandoña. Peor aún es el modelo paternalista que supone su reflexión.
Cuando compara la relación entre la élite y el pueblo en códigos de relaciones familiares, al modo de “padres e hijos”, la propuesta impone una asimetría inadmisible para el análisis de la política nacional.
Un acto paternalista refiere, como indica su nombre, al intento de que un individuo o un Estado se entienda a sí mismo como autoridad, pater o “padre”, y actúe para resguardar el bienestar de terceros (personas o ciudadanos) y para protegerlos incluso sin su aprobación o incluso en contra de su voluntad. En el caso de los padres de facto, el paternalismo se justifica aunque tampoco de forma ilimitada, pues se les reconoce el legítimo derecho de la crianza de sus hijos, no obstante sólo en la medida de que aquella libertad de enseñanza no amenace o contravenga el bien superior del niño o niña. Pero además, y no menos importante, esa atribución e incluso deber de resguardo y protección va de la mano con la idea de que los menores no son considerados como sujetos plenamente autónomos y/o soberanos de sí.
Con todo, saber desde cuándo un niño o niña es un sujeto autónomo, es ya materia de múltiples controversias en cuestiones relativas a consentir tratamientos médicos, elección de género o también de responsabilidades penales. Sin embargo, en el caso de una ciudadanía votante no hay justificación para paternalismos de éste u otro tipo. Comparar a la gran mayoría de ciudadanos que votó por el Apruebo con una población de infantes es, por lo menos, insultante pues parece una estrategia reciclada para, nuevamente, desatender el mensaje político de fondo.
Si antes se criminalizaba la protesta y su descontento social, ahora se le infantiliza; mientras que en el 2019 ninguna demanda era válida porque se trataba sólo de actos de violentistas y antisociales que “no respetan a nada ni a nadie”, cual salvajes irracionales, en este 2020 se advierte que el Apruebo es conducido por “niños” y “niñas” que poco pueden decidir y deliberar, razonadamente, sobre el país que quieren.
Pese a los distintos enfoques, en ambos casos, la táctica es la misma: se minimiza, se irracionaliza y, con ello, se anula el fundamento de un cambio constitucional. ¿Puede haber peor obstinación? Como si en las urnas sólo reinara la voz de una masa salvaje y no pensante. Incluso después de que el 78% de los votantes estuviera dispuesto a creer en una propuesta institucional, a colaborar en consolidar una alternativa al conflicto social que se desató, justamente, contra la institucionalidad política y Estatal.
Con esta evidencia empírica ineludible, además de la certeza de que muchos jóvenes por primera vez se sintieron voluntariamente interpelados a votar, aun así, ¿quieren algunos seguir tapando el Sol con el dedo y leer en estos resultados sólo berrinches de unos cuantos “niños”?
Hace 2500 años, hubo una minoría distinta en Occidente y que era mucho más que un pañuelo, sobre todo más que un puñado de comunas, apellidos o colegios. Una minoría que descubrió el logos como posibilidad abierta a los seres humanos, una capacidad para acceder a la realidad por medio del propio juicio, de la deliberación y de los argumentos por sobre autoridad cultural, sacerdotal o del tipo que fuere, por cierto, también por sobre la pura empatía, de la cual, según Eichholz, carece la presunta élite chilena.
Pero no es empatía en primer lugar lo que debería entrenar mejor una élite que no escucha, sino justamente atender al logos, pues, lo que exigen quienes fueron a las urnas es su reconocimiento expreso como equivalentes; como sujetos pensantes cansados de compasiones, asistencias y donaciones, por parte de los gobernantes de turno; sujetos de derecho que quieren una Constitución que no los paternalice ni les diga cómo vivir ni qué hacer, sino que les permita un suelo de protección mínimo para que cada uno pueda ser el adulto libre que desea ser y que hoy, es privilegio heredado de sólo un puñado.
“Lo que exigen quienes fueron a las urnas es su reconocimiento expreso como equivalentes; como sujetos pensantes cansados de compasiones, asistencias y donaciones, por parte de los gobernantes de turno”.
Facultad de Humanidades de la Usach y Flacso reflexionan sobre la crisis del sistema presidencial en nuestro país
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Opinión de la Académica del Departamento de Filosofía, Dra. Diana Aurenque: ¡Por fin llegó septiembre!
Opinión de la Académica del Departamento de Filosofía, Dra. Diana Aurenque: ¡Por fin llegó septiembre!
Esperemos que septiembre traiga más viento y lluvia que nunca, que nos truene encima y nos despierte con su fuerza histórica del letargo que esta pandemia no sólo nos tapa la boca, sino que proclama victoriosos a los que nos creen idiotas. Idiotas, recordemos, se decía en Grecia a quien sólo tenía en cuenta sus intereses privados y particulares, y no las cuestiones públicas. Este 2020 parece ocurrir más bien en el calendario que en las vivencias y experiencias.
Desde marzo y hasta hace pocos días existimos a medias, sobreviviendo encerrados para protegernos y cuidar a los demás, habitando vidas incompletas, sobreviviendo biológicamente, pero carentes en gran parte de lo que nos es indispensable en tanto humanos.
Entre el sueño y la vigilia acontecemos exigidos por mantener la televida y el teletrabajo (de contar con él), exigidos por el imperativo sanitario a transformarnos en seres sin familia y amigos, sin ritos ni fiestas, sin música y baile, sin arte y cultura, e incluso, sin montañas, bosques, playas ni campo.
Nos mantenemos sanos hipotecando nuestra vida. ¡Pero por fin llegó septiembre! Para quienes habitamos esta tierra jamás se trata de un mes entre otros, porque septiembre es un viento, un trueno, unas cuantas ideas y mil heridas. Septiembre y sus paradojas duelen, pero como dijo Nietzsche, el dolor nos profundiza.
El mes de las ideas de la patria, de sus albores y de sus ocasos, tensiona a Chile entero; y hoy más que nunca: celebra un origen mientras se acrecienta la disputa con el pueblo mapuche; vitorea a las Fuerzas Armadas y a Carabineros de Chile en el día de las Glorias del Ejército de Chile, mientras aún no se lleva a cabo una reforma profunda a ambas instituciones; simula que el 11 de septiembre no existe, que sólo fue una avenida en Providencia, que no violaron y experimentaron con seres humanos, que no hubieron muertos, ni torturados, ni desaparecidos. Pero septiembre también es denuncia. Sin fondas, se mantiene el narcótico patrio vigente; con indicaciones del “fondearte” en casa confusas, desorientadoras e irresponsables.
Esperemos que septiembre traiga más viento y lluvia que nunca, que nos truene encima y nos despierte con su fuerza histórica del letargo que esta pandemia no sólo nos tapa la boca, sino que proclama victoriosos a los que nos creen idiotas. Idiotas, recordemos, se decía en Grecia a quien no se ocupaba de asuntos políticos, de quien sólo tenía en cuenta sus intereses privados y particulares, y no las cuestiones públicas. Y es cierto que la vida privada importa, pero lo privado, aprendemos, siempre tiene un ribete político. En la intimidad de la televida, los televisores de cada mañana chilena nos inundan con personajes públicos que parece sólo atienden a intereses particulares. Los alcaldes se han posicionado como las grandes figuras políticas, rehabilitando en parte su clase, precisamente por atender los agobios de sus conciudadanos. En ese contexto, incluso se han levantado dos figuras como posibles candidatos presidenciales, Joaquín Lavín y Evelyn Matthei. ¿No es esto escandaloso? Por cierto, una trampa, como dice justamente la palabra escándalo. Lavín y Matthei se falsifican abiertamente para abrir paso a sus ambiciones.
Incalculables son los memes que recorrieron las redes sociales desde que Lavín se autoproclamó “socialdemócrata”; pero de su apoyo a la dictadura, de su militancia al Opus Dei, de su pinochetismo, el alcalde mantiene toda reserva. Matthei, por su parte, lo hace con elegante descaro; y ante la simple pregunta de si se posicionará a favor del “apruebo” o “rechazo”, la alcaldesa mantiene el más hermético de los silencios.
Con franqueza, ¿no nos merecemos mejores políticos?, ¿personas que tengan una orientación ideológica clara, sea la que sea, pero que la expongan?, ¿con el valor de defender ideas, dar argumentos y no sólo callar para no perder al votante posible?, ¿con colores definidos, coherentes consigo mismo al menos y su trayectoria, y no seres miméticos que bailan al son de las encuestas de popularidad y del ranking televisivo? ¿Y no es curioso que precisamente de donde se levantan los candidatos, los matinales en particular, sean los programas que mayores denuncias han tenido en el último tiempo ante el Consejo Nacional de Televisión (CNTV)? No puede ser la televisión, ni los medios de comunicación digitales como Twitter o Instagram, los lugares emblemáticos de la política ni los únicos proveedores de su contenido. Pues su elemento fundamental es otro: las convicciones, visiones de mundo e ideologías. Pero la ideología, sabemos, es peligrosa y quizás por ello el oportunismo populista sea más seguro. Este septiembre 2020 nos lo recuerda.
Hace 50 años, un 4 de septiembre, también se inició un proyecto, se intentó levantar una idea que, por utópica incluso que la consideren algunos, era al menos eso: una idea, abierta, pública, valiente y comprometida con una visión de mundo. Política de verdad que terminó bombardeada y con un presidente muerto. Y de bien poco sirve polemizar, como intentan confundir algunos, si Allende era un socialdemócrata o un marxista leninista, porque terminó muerto y Chile, hasta hoy, con ello desgarrado. Mejor pensemos lo que significa tener políticos que viven y sobreviven como camaleones, arcaicos enamorados de los votos e infieles a todo, incluso a sí mismos. Y como si a septiembre le faltara incumbirnos más, hoy prepara un plebiscito.
En plena pandemia, con desconfinamientos que preocupan a los expertos y a la sociedad civil por sus inconsistencias: aperturas de malls para tres mil personas, permisos para “fondearse”, pero cierre continuo de plazas y parques durante los fines de semana.
El temor de que los contagios suban no es sospecha infundada, sino el rumbo más esperable; basta ver cómo España, Alemania e Italia han subido en sus tasas de contagios. ¿Y qué pasa si se avecina una ola de contagios en octubre? ¿Un octubre histórico que busca refundar septiembre? Todas las medidas deben ser tomadas para asegurar que el 25 de octubre tenga lugar. Porque el plebiscito, por imperfecto que haya sido el acuerdo de noviembre 2019, es un logro de la ciudadanía en su conjunto y debe protegerse. Ninguna enfermedad que no haga a un ciudadano interdicto debería despojar a una persona de su derecho fundamental de sufragio; más aún en una ocasión tan definitoria para el país. El gobierno debe asegurar que todos, también los infectocontagiosos, puedan emitir su voz en este proceso. Todo lo demás sería abiertamente discriminatorio y cobarde.
Sea de la forma que sea, con voto digital o presencial, todos y todas debemos poder pronunciarnos y defender con un voto las convicciones, los sueños y los anhelos que tenemos y que, estoy segura, tienen más peso y más profundidad que las acrobacias oportunistas de quienes sólo sonríen a las cámaras y bailan al ritmo de cualquier voto.
Decano Marcelo Mella destaca decisión que aprueba creación del Departamento de Estudios Políticos de la Facultad de Humanidades
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La Junta Directiva de la Universidad de Santiago decidió aprobar la creación del Departamento de Estudios Políticos de la Facultad de Humanidades.
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Más de 10 años cumplió el Centro de Estudios e Investigación Enzo Faletto de la Facultad de Humanidades, ubicado en Cumming 92, comuna de Santiago. Su misión es realizar investigación interdisciplinaria en el ámbito de las Humanidades y las Ciencias Sociales.
Además, tiene por propósito coordinar otras actividades y centros de investigación dependientes de la FAHU, albergando programas como el Centro de Estudios de la Actualidad Nacional (CEAN), el Programa Interdisciplinario de Investigación Experimental en Comunicación y Cognición (PIIECC), el Programa-Centro Comunidad de Diálogo en Ética y Sociedad (CODES) y el Centro de Estudios Migratorios.
Actualmente, su director es el académico del Departamento de Filosofía, Dr. Hernán Neira. Una vez asumido su cargo hace dos años, el doctor propuso modificar la resolución de objetivos del programa. Por ello, ahora el centro aparece no sólo como unidad coordinadora, sino también como espacio para realizar investigación.
“Esto significa que el Centro puede presentar proyectos de investigación dentro y fuera de la universidad, como un Fondecyt Regular, Postdocs, Proyectos de Iniciación, Anillo, o Dicyt”, explica el académico.
De esta forma, el Centro Enzo Faletto permite flexibilizar el acceso institucional a las redes de investigación y financiamientos. “La ventaja es que aquí a los investigadores no les pedimos nada más que no sea publicar. Así es como se lleva hoy en día la investigación en el mundo”, afirma el Dr. Neira.
Asimismo, aclara que no se trata de convertirse en una competencia para los Departamentos. Al contrario, busca ser un apoyo, especialmente al postgrado. “El centro persigue, de manera incipiente, generar una estructura que para los investigadores sea fácil y liviana, y que permita desarrollar investigación y vincularlo con la docencia de postgrado”, indica.
Por tratarse de una modificación reciente, actualmente son tres los proyectos asociados al Centro, los que corresponden a Cristóbal Friz (Investigación Fondecyt de Iniciación 11170435/PostDoc Usach 031853FE); César Zamorano (Investigación Posdoctoral Conicyt) y Hernán Neira (Investigación Fondecyt 1181322).
Contribución desde las Humanidades
Para el Dr. Neira, un centro dedicado al estudio del área humanista y social es fundamental para un Plantel como la Universidad de Santiago. “Es evidente que varios de los problemas que hoy enfrenta la sociedad y el mundo no tienen tanto que ver con los desarrollos tecnológicos, sino con cómo están guiados esos procesos”, sostiene.
En el mismo sentido, agrega que “esos procesos son fruto de valores y opciones de valor que se generan fundamentalmente en el campo de las Humanidades”. Por lo mismo, el académico afirma tener la convicción absoluta que un espacio propio para la investigación es una gran contribución tanto para la Universidad como para la Facultad.
Sin embargo, el director del Centro Enzo Faletto también asegura que este espacio es un gran aporte para la docencia de postgrado y pregrado, ya que “los estudiantes valoran a los profesores investigadores que presentan ideas nuevas, por lo tanto, crear este espacio es una tremenda contribución”.
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